Las exploraciones del historiador marítimo José Ortiz Sotelo frente a las costas de Cerro Azul, en Cañete, podrían conducir a un fabuloso hallazgo. Por ahora lo que él posee son indicios sólidos sobre el lugar donde, en julio de 1615, y luego de un intenso combate con barcos holandeses, se hundieron dos navíos de la Armada del virreinato del Perú.
La noche del 18 de julio de 1615 el galeón Santa Ana, que formaba parte de la Armada de la Mar del Sur y que defendía las costas del océano Pacífico, se fue a pique frente al balneario de Cerro Azul, Cañete, tras un épico combate naval que había empezado el día anterior. En esa fecha la escuadra virreinal, compuesta por siete barcos, se batió con una flota de cinco navíos holandeses que venían dispuestos a abrir por la fuerza una ruta de comercio en este lado del mundo. La victoria correspondió a estos últimos.
Además del Santa Ana, la corona española perdió en ese enfrentamiento el patache (o nave de apoyo) San Francisco y las bajas sumaron por lo menos medio millar de hombres. Los dos barcos se hundieron hace más de 400 años y, a despecho de los datos históricos sobre ese episodio, el lugar donde descansaban siempre fue un misterio.
Hace unos días Jorge Ortiz Sotelo, historiador que en 2010 inició una investigación sobre aquel combate naval, hizo públicos los avances de su trabajo y mostró indicios razonables sobre el lugar donde se habrían hundido las dos naves coloniales. Al frente de un equipo conformado por el arqueólogo marítimo Carlos Ausejo, buzos profesionales y otros especialistas, ha determinado dos zonas al norte de la punta de Cerro Azul donde espera encontrar los restos del galeón y el patache.
En el último año, con los auspicios de la Waitt Foundation y la National Geographic Society, el equipo de Ortiz Sotelo realizó inmersiones y estudios con magnetómetros y detector de metales, y encontró 11 anomalías magnéticas. La zona exacta sería a una milla al norte de la punta de Cerro Azul y entre una y cuatro millas mar adentro. Los indicios apuntan a que ahí abajo hay por lo menos dos puntos donde podría haber objetos de entre 10 y 100 kilos.
"Hay razones para pensar que estamos en el camino correcto. La información histórica indica que hubo cuatro sobrevivientes que llegaron a nado a tierra, por lo que el hundimiento no pudo ser tan lejos de la costa", explica Ortiz. El análisis del combate parece confirmar su hipótesis: las naves holandesas, que estaban fondeadas en Cerro Azul, debieron salir hacia el norte porque el viento sopla en esa dirección y tratar de alejarse de la costa para combatir mejor. Pero no pudieron alejarse porque la escuadra virreinal les cerró el paso.
El arqueólogo marítimo Carlos Ausejo, quien también es buzo y realizó inmersiones para este proyecto, cuenta que varios siglos después los restos por encontrar muy probablemente estarán dispersos. También señala que las aguas de Cerro Azul hacen difícil la labor submarina por su falta de luz. "Son aguas oscuras que no permiten la visibilidad más allá de un par de metros", precisa.
¿Y este mascarón?
Ahora que el proyecto de búsqueda del galeón Santa Ana y el patache San Francisco ha tenido impacto mediático, los responsables del proyecto han empezado a recibir información de algunas personas que creen poder aportar a su estudio. Es el caso de un poblador de Cerro Azul que los llamó esta semana y les dijo que tenía un mascarón de proa que había encontrado hace más de 30 años en poder de un agricultor.
El viernes pasado, Ortiz y Ausejo llegaron hasta la casa del actual poseedor y este contó la historia. "La tenía un señor en una chocita y yo le ofrecí comprársela pero no quiso. Al final aceptó dármela a cambio de que yo le hiciera el servicio de arado de un campo de dos hectáreas", contó. Es la primera vez que se sabe de la existencia del mascarón. Ortiz y Sotelo fotografiaron, midieron y analizaron el objeto –una figura masculina joven– tallado en madera que luce muy antigua. Los dos investigadores extrajeron una astilla para fechar el objeto: esta irá al extranjero y los resultados se conocerán en un mes.
Cuando le preguntamos a ambos expertos si podría tratarse del mascarón de alguna de las dos naves hundidas en 1615, la respuesta es que solo se sabrá después de una buena investigación y fechado. El actual poseedor señala que el anterior dueño le contó que la tenía hace muchos años y que la encontró cerca de la playa. Lo más probable es que ese mascarón se desprendió del barco al que perteneció y fue varado por las olas en algún lugar de la costa.
Este no es el único hallazgo que alienta las esperanzas de los responsables del proyecto Cerro Azul. En la zona de búsqueda también encontraron como parte de su exploración trozos de madera y de metal del siglo XVII algo posteriores a la fecha del hundimiento. "No son de la fecha, pero podría tratarse de restos de una misión de rescate de las armas y cañones que había en el galeón hundido", cuenta Ortiz. En el lugar también encontraron una cadena que no ha podido ser extraída.
Historia importante
Hagamos un poco de memoria: el galeón Santa Ana era una nave de guerra de 350 toneladas que había sido construida en Guayaquil entre 1610 y 1612. Tenía 12 o 14 cañones y estaba al mando del almirante Pedro Álvarez del Pulgar. Antes de irse a pique en Cerro Azul tenía a bordo 162 soldados, 52 marineros, 25 artilleros y 10 grumetes, de acuerdo con el estudio La expedición de Spilbergen en la Mar del Sur de Jorge Ortiz Sotelo. También llevaba algunos caballeros de Lima y Callao con sus sirvientes.
El San Francisco, a su vez, era un patache o nave de ayuda que estaba al mando del capitán Juan Arce de Albendín, tenía 70 mosqueteros y 20 marineros y no estaba artillado porque se trataba de un navío de apoyo. La historia señala que ambos se batieron hasta donde pudieron y hubo grandes muestras de heroísmo entre sus tripulantes. Hay también un dato para contar: en el Santa Ana peleó y fue tomada prisionera Catalina de Erauso, la Monja Alférez.
Sobre la flota holandesa hay que detenerse en su nave almiranta: la Groote Sonne (Gran Sol) que iba al mando del experimentado almirante Joris Von Spilbergen, nacido en Alemania. Según el documento de Jorge Ortiz, era una nave de 600 toneladas y 28 cañones. Llevaba 286 hombres de mar y de guerra a bordo. Fue uno de los barcos que provocaron la rendición y hundimiento de la Santa Ana.
¿Por qué es importante, más de 400 años después, conocer la historia de estos barcos? Jorge Ortiz dice: Porque aportarán al conocimiento de cómo se construían los barcos que navegaban nuestras costas, es decir, los mares del sur, en el siglo XVII. "La construcción es distinta a la de los barcos del Atlántico, y eso no está documentado", dice. También señala que un barco hundido es como una cápsula del tiempo que puede conservar el contexto de la época en que existió. En una nave hundida sobreviven el vidrio, la cerámica, los cañones, las balas de cañón, y sobrevive un molde de las armas pequeñas. En este caso son buques significativos, porque se sabe poco de la época en que existieron.
"El Callao desapareció tras el terremoto de 1746. No quedó nada de la sociedad anterior a esa fecha. Estos barcos son de esa época y por eso los buscamos", dice Ortiz. El Callao fue el puerto más importante del océano Pacífico en el siglo XVII. El proyecto de Cerro Azul hoy busca financiamiento para desenterrar del mar una parte de nuestra historia que está a oscuras. No se trata de la búsqueda de un tesoro: se trata de rescatar parte de nuestra memoria.
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